Por Ariel Dress / Fotos: Ariel Dress, Javier Kantorowicz y Alejo De Cristóforis
Desayunar en Buenos Aires y almorzar en Bariloche no tiene precio (sin contar el pasaje de avión, por supuesto). Y más si sos recibido como un amigo por alguien que no conocés. Ésa es la sensación que tuvimos cuando Bernardo nos recibió en su hostería y nos dio la bienvenida a esta ciudad.
Luego de que nos llenara de información, la ansiedad de disfrutar todo lo que nos rodeaba nos llevó sin querer queriendo a caminar. Bordeando la costa del lago Nahuel Huapi un cartel nos indicó nuestro impensado destino: el Cerro Otto. Luego de 5kms. de caminata, el teleférico nos depositó en su confitería giratoria super vintage. Estábamos relajados, sentados con nuestros chocolates con churros, mirando increíbles paisajes a 360º, una y otra y otra vez. Levemente mareados intentamos hacer dedo para el regreso, pero sin suerte. Otros 5 kms de caminata. ¿El precio de esta aventura? mis primeras ampollas.
La ecuación de estar en Bariloche en pleno invierno daba que teníamos que ir directamente al Cerro Catedral. Totalmente inexpertos nos subimos a la montaña con las tablas de snowboard. «¿Y ahora?». Entre risas y multiples caidas se puede decir que domamos algunos metros de la pista, al menos para experimentar esos increíbles segundos de velocidad y adrenalina.
A la tarde recorrimos los nevados bosques del cerro arriba de motos de nieve. Simplemente una forma espectacular de terminar el día.
A la mañana siguiente Clelia y Fabián nos llevaron nuevamente en su combi al Catedral, pero para hacer algo diferente: snowbikes. Le agarramos la mano enseguida y no podíamos parar de tirarnos por la pista. Parecíamos dos nenes con chiche nuevo. La pasamos genial.
Un rato más tarde nos encontramos con Andy para hacer trekking con raquetas de nieve. Estábamos entusiasmados, y más aún cuando nos enteramos que lo haríamos junto a un grupo de bailarinas. Caminamos bastante. Javier y yo siempre al final de la hilera contemplando los maravillosos «paisajes» que nos regalaba la caminata. Tan hipnóticos eran que terminé con una pierna metida en un pozo bastante profundo. Javier se animó a hacer «el puente» junto a una de las chicas y terminamos todos juntos posando para la foto como dos integrantes más del staff de danza. De antología.
No satisfechos, esa misma noche aceptamos una invitación a cenar en el refugio Neumeyer, al que llegamos en plena oscuridad en 4×4. Hicimos una linda caminata nocturna con linternas y hasta nos tiramos un par de veces culipatín. El frío se hacía sentir, así que el guiso de cordero estuvo cien mil puntos. Terminamos liquidados. Y mis ampollas al rojo vivo.
Otro día soleado y bien aprovechado. Subimos en 4×4 a uno de los refugios del Cerro López con gente de todo el mundo, desde donde hicimos una distendida caminata con raquetas de nieve y luego nos deleitaron con pizzas caseras. La vista era una tremenda postal, con el Circuito Chico de fondo.
A la tarde nos dimos un gran gusto: navegar el Nahuel Huapi en velero. Tan copada sonaba la vivencia que hasta se sumaron Cacho y Alejandra, pareja y dueños de una agencia de viajes amiga. Carolina, la capitana de «El orgulloso», nos dio la bienvenida y nos dijo «no podíamos tener un día más perfecto para navegar». El sol y una leve brisa rozaban nuestras mejillas mientras nos internábamos en el lago con las imponentes montañas de fondo. La paz era total. Anécdotas, risas, mates, cervezas y la mejor onda para pasar una tarde de lujo. La experiencia de navegar fue excelente.
El siguiente día salió tan feo que aprovechamos para relajar. La mejor onda en la sobremesa del desayuno con Bernardo. Salimos a caminar un poco y notamos lo pintoresco de la ciudad hasta en los detalles, como abrigar árboles con crochet. Al mediodía nos castigamos con una súper picada con cerveza artesanal. A la tarde fuimos a ver cómo fabricaban chocolates (y a comer algunos). Para la cena, cordero patagónico y raviolones de trucha en una cantina. De postre, y a pesar del frío, helados artesanales sobre la avenida principal. Terminamos bien pipones.
La aventura de Javier terminó esa noche, y en su lugar se sumó otro amigo, Alejo, que llegó con todas las pilas a las 7am, y yo destruido. Así salimos al encuentro de Fede (guía) y Daniel (Biólogo y fotógrafo) para hacer lo peor que podía hacer ese día con el estado de mis ampollas: trekking al refugio Frey. Mis ganas de caminar por la montaña eran más grandes que las ampollas, así que me tomé un par de analgésicos, me puse apósitos especiales, me vendé bien los pies… y a caminar! Feliz. Fede nos nutría de datos (y mates), más los valiosos aportes de Daniel, hicieron que la caminata sea realmente enriquecedora. Los paisajes que nos rodeaban, el aire que respirábamos, los silencios reinantes, la naturaleza que nos invadía y la buena onda entre los 4 hicieron que el cansancio de tantas horas de caminata pase desapercibido, incluso usando pesados grampones por la nieve y el hielo. Nos sentíamos vivos. En el refugio nos recibió Nahuel, que nos preparó unos buenos fideos para reponer energías. Descansamos, tomamos sol, guitarreamos y nos dejamos ir mentalmente contemplando imponentes paisajes a nuestro alrededor.
En frío, mi primer paso para la bajada despertó la furia de mis ampollas. Alejo no paraba de reirse. Pero no quedaba otra que respirar profundo y bajar. Llegamos a la civilización de noche, bien cansados, pero con esos cansancios espectaculares dignos de repetir. Las súper milanesas que nos comimos esa noche pusieron nuestros metabolismos nuevamente en orden.
Ya descansados, fuimos nuevamente al Refugio Neumeyer, en el Valle del Challhuaco, a hacer esquí nórdico. Luego de unas instrucciones básicas, nos lanzamos a recorrer los bosques nevados siguiendo los senderos de esquíes. No paramos de reirnos ni un minuto de las caídas y los movimientos aparatosos que teníamos. Muy divertido.
Y al fin nevó! Esa mañana abrí la ventana y me sorprendí al ver todo blanco. Hermoso! A pesar de la intensa nevada, no dudamos en ir a Colonia Suiza a comer curanto a lo de Victor Goye. Por suerte llegamos temprano, ya que vivimos cada paso y explicación de esta particular comida. Su origen es de la Polinesia, llegó a Chile, donde la cocinaban con pescados y mariscos, y luego a Argentina, donde se adaptó a nuestras costumbres incorporándole diferentes carnes. Su preparación es todo un ritual. Dentro de un gran pozo queman lleña, y sobre ella ponen piedras. Cuando éstas se calientan, se colocan carnes y verduras que son tapadas por hojas para luego ser todo cubierto por tierra. El par de horas de espera estuvo acompañado de vino, tortas fritas y un poco de música regional en vivo. El ansiado anuncio de que la comida estaba lista nos atrajo como moscas para ver el espectáculo final. Se nos hacía agua la boca.
Ya en la mesa fue un desfile de manjares, en este orden: chorizo con papa, tapa de nalga con zanahoria, puré de calabaza con queso, pollo con manzana, ciervo con cebolla y cordero con batata. Obviamente la botella de vino acompañaba. Es imposible describir la panzada que nos dimos. No nos entraba ni el aire que respirábamos, igual Alejo repitió 2 veces la calabaza y yo el cordero. El sabor de la felicidad sin dudas es éste!
Además de llevarnos chocolates de souvenir, yo me llevé unas lindas, frescas y grandes ampollas de recuerdo. Fue un viaje muy intenso, no sólo llenamos nuestros estómagos, sino también el espíritu. La pasamos entre amigos, conocimos gente increíble… ¿qué más se le puede pedir a un viaje?