Por Rael
El asado en Argentina es sagrado. Y no hay viento despiadado de la Patagonia que se interponga.
En los remotos pozos petroleros del sur se complicaba hacer un fueguito, mantener las brasas (y quizás también la carne) en su lugar. Pero para eso está el ingenio. Y aquellos obreros no se iban a quedar con las ganas de una buena parrillada. Cortaron al medio un tambor de 200 litros para refugiar en su interior el fuego y la parrilla. Una chimenea aprovecharía la boca vertedora para darle fuga al humo.
Y como a lo lejos el tambor colocado sobre 4 patas y con su chimenea saliendo de uno de sus costados, se parecía mucho a la cría de las llamas, lo llamaron como a ellas: chulengo.
Y es tanta la ternura que nos provoca este animalito que no nos vamos a detener a pensar acerca de cuántos chulengos habrán terminado adentro de un chulengo.