Por Mariano Bugallo / Fotos: Ariel Dress
Quien recorra las calles de Resistencia con un poco de curiosidad no tardará en toparse con la historia del personaje más famoso de la capital de Chaco: el perro Fernando. ¿Quién? ¿En serio? Sí, un perrito chiquito, blanco y peludo que ni siquiera pertenecía a alguna raza distinguida. Era un simple cuzquito, que hoy en día cuenta con dos estatuas, placas, canciones, libros, mitos y leyendas.
Llegó a la ciudad como compañero de un cantante de boleros llamado Fernando Ortíz a comienzos de los años 50. Ambos vivían en una humilde pensión hasta que el músico murió repentinamente dejándole como herencia, su nombre y un afilado paladar musical. Desde esa soledad abrazó la libertad que lo llevó a ser adorado por todos. Decidió vivir sin dueño, vagabundeando y acompañando a los niños que como a él, les había tocado la suerte de la calle.
Cuentan que Fernando era increíblemente inteligente. Como en un cuento de Cortázar, había desarrollado una rutina diaria que seguía al pie de la letra. Dormía todas las noches en la puerta del Banco Nación. Por la mañana, esperaba a que llegara el gerente para desayunar juntos café con leche y medialunas en su oficina. Luego se iba a pasear por las calles del centro hasta el mediodía. Justo cuando la panza le empezaba crujir se dirigía religiosamente al bar El Madrileño donde los mozos lo esperaban con la comida recién preparada. Por la tarde, dormía la siesta en la casa del Dr. Reggiardo, un importante cirujano, o visitaba los atelieres de distintos artistas de la época. Hasta dicen que cuando llegaba la fecha de vacunación, él solo hacia la fila para ser inyectado.
Amaba la cultura. Por las noches, recorría los boliches y peñas de Resistencia en busca de buena música. Pasaba por el Sorocabana, el Club Social, el Club del Progreso y La Estrella. Cuando escuchaba una melodía plácida, entraba. Así llegó al mítico centro cultural “El Fogón de los Arrieros”, donde se reunían artistas de la bohemia local. Rápidamente se ganó un lugar como habitué, hasta ser nombrado Socio Honorario. Fernando escuchaba atento. Cuando un músico pifiaba, ladraba y lo exponía, como si estuviera ofuscado por ese sonido molesto que interrumpía el fluir de la armonía. Se llegó a la conclusión de que tenía oído absoluto.
En el verano del 57, un famoso pianista polaco llegó a la ciudad para brindar un concierto en el Teatro Sep. Como sucedía siempre con los artistas que se presentaban allí, las autoridades le explicaron que Fernando tenía libre acceso a la obra. El show comenzó con una pieza de Beethoven y el perro melómano sentado debajo del piano. En medio de la obra, levantó sus orejas y atinó un suave gruñido. El músico siguió. Dos minutos más tarde, de nuevo, y esta vez con un breve ladrido. Ante la sorpresa de todos, el pianista se detuvo y dijo: “Tiene razón. Me he equivocado dos veces.” Volvió a ejecutar la obra desde el comienzo de manera excelsa y todo el teatro los aplaudió de pie.
Tanto le gustaba la música y las reuniones sociales, que se había tomado el atributo de presentarse de imprevisto en cualquier casamiento, fiesta o cumpleaños. A veces recorría más de un evento por noche, si no se distraía con algún gato. La popularidad de Fernando había crecido de tal manera que siempre era esperado y bienvenido porque era señal de buen augurio, sobre todo para el organizador que podía presumir con orgullo sobre la visita ilustre.
El 28 de mayo de 1963, no fue un día más por esos pagos. De casualidad, un vecino encontró a Fernando agonizando en la calle. Lo había atropellado un automóvil frente a la casa de gobierno. No lo soportó. Como debía ser, fue sepultado en la vereda de “El Fogón de los Arrieros”. Allí se levantó una estatua en su memoria. Frente a la gobernación, otra. Era de esperarse, en la ciudad de las esculturas. Dicen que una multitud asistió a su funeral y fue el más grande que se recuerda.
Hoy, en la entrada a la ciudad, hay un cartel que reza: “Bienvenidos a Resistencia, la ciudad de Fernando”. Sus calles fueron el hogar de un perro que sin ser de nadie, terminó siendo de todos.