Nota: Rael – Foto: Hernán Couto
Soñaba con jugar al fútbol. En la primera de Boca. Es más: soñaba con jugar en la Selección. Jugaba bien, tenía calidad y guapeza. Pero María Esther Duffau había nacido en el cuerpo y la época equivocados.
Nació en 1933. Muy pronto murió su mamá y vivió con su padre, alcohólico y golpeador, que termina abandonándola en un asilo a los 6 años. No duró mucho. En seguida se escapó y vivió en la calle. Y como para una nena la calle era demasiado dura, se escapó de María Esther. Caminó, habló, se cagó a trompadas y jugó al fútbol como Raulito.
“Siempre me escapo. Desde que nací estoy escapándome” decía la actriz Marilina Ross personificándola en la exitosa película “La Raulito”, de 1975.
Lustró zapatos, vendió diarios. Su cuerpo y su mente eran fugitivos que pasaban por el asilo, el reformatorio, el manicomio una y otra vez. Pero su “casa” era el estadio de Boca Juniors.
«Me hubiera gustado ser macho y jugar en la Primera de Boca como Diego Maradona», dijo alguna vez. Pero lo que sí hizo fue convertirse en su hincha más destacada: no se perdía ni un partido: se desgañitaba gritando los goles, puteando a los árbitros y a los adversarios (especialmente a los de River, claro). Cada nueva estrella que llegaba a Boca tenía su encuentro con ella, la mimaba como si fuera una cláusula más del contrato. El encuentro y la foto con La Raulito era como calzarse la camiseta de su nuevo club por primera vez.
Se convirtió en símbolo: en un programa de tv, la sección en la que entrevistaban a mujeres que van a ver fútbol se llamaba “Las Raulitos”.
Murió una mañana de abril de 2008, a los 74 años. Esa tarde, en la Bombonera, el local le ganó 2 a 1 al Cruzeiro, de Brasil. Los jugadores hicieron un minuto de silencio, llevaron un brazalete de luto y sus restos fueron velados en el estadio y sepultados en un lote donado por el plantel en un cementerio privado. Es que no era una hincha más. Era La Raulito.