Por Gabriel Katz
Cuando el viento sopla como nunca, los habitantes de Queragua recuerdan la historia de Leandro; el tipo que vivía en un humilde rancho de adobe, con sus llamas y sus ovejas, cerca de Humahuaca.
A Leandro, un arriero viejo le contó que en los tiempos de la conquista llegaron a esos pagos emisarios del Inca Atahualpa, apresado por los españoles, recolectando oro y plata para pagar su rescate. Mientras regresaban con su pesado cargamento, aquellos hombres se enteraron que el Inca había sido asesinado. Para que los tesoros no cayeran en manos de los enemigos, los arrojaron a una laguna perdida en las alturas de aquellos cerros. En el refugio de sus aguas, quedó escondido por siglos aquella fortuna secreta.
La historia inquietó a Leandro que comenzó a pensar la forma de apoderarse de aquel olvidado tesoro. Resolvió vaciar la laguna y para eso comenzó a construir una enorme zanja de desagüe. Cuando iniciaba aquel trabajo emergió del agua un animal cuadrúpedo de reluciente cornamenta dorada que clavó su mirada intimidatoria en los ojos del pastor. Con la seguridad de que todo eso era un aviso de Apu Yaya, el dios del cerro, por su afán de destruir la laguna, el pastor regresó asustado a su casa con la certeza de abandonar la obra.
Sin embargo, la ambición fue más fuerte y no logró conciliar el sueño por muchas noches, sintiendo el llamado de aquella riqueza sumergida. Y un buen día regresó a lo alto, para seguir con aquella zanja. Y el misterioso animal volvió a aparecer, sus astas resplandecientes como el oro perdido. Y miró fijo a Leandro, que quedó paralizado. Y lo fue atrayendo hacia el centro de la laguna hasta ser tragado por el agua.
Cuando el viento sopla como nunca, a veces arrastra ecos de los lamentos del alma en pena de Leandro.
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La Laguna de Leandro se encuentra a unos 22km de Humahuaca y a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar. En 1985 fue declarada Monumento Natural, siendo un área protegida para preservar su biodiversidad.