Por Ariel Dress / Fotos: Ariel y Germán Dress, Laura Abigador.
Sabiendo que en “La Capital Nacional del Turismo Aventura” no íbamos a parar ni un minuto, tratamos de aprovechar las 14 horas de micro para descansar. Imposible. Llegamos arruinados y para colmo no tuvimos mejor idea que hacer ese mismo día una de las tantas rutas del vino. 38º de sensación térmica y un par de copas hicieron en nosotros un efecto llamado “Bienvenido a Mendoza”.
Por fin descansados decidimos salir a recorrer esta hermosa ciudad. Nos tomamos el trole, que es como un colectivo pero guiado por unos alambres desde arriba, que nos paseó por varios lugares hasta dejarnos en la entrada del inmenso parque San Martín. Conocimos su lago artificial y llegamos agotados hasta el Cerro La Gloria, fue demasiada caminata. Así que nos volvimos al centro a dedo para terminar paseando por la peatonal y comprando unos vinitos de regalo. Eso sí, casi nos matamos con esa zanjas abiertas que están por toda la ciudad.
Al día siguiente salimos a hacer una cabalgata. La camioneta nos dejó en un pintoresco ranchito manejado por un rastafari muy copado encargado del lugar, de la música que se pasaba y principalmente de los asados. Éramos varios… una yanqui, dos franceses, un escocés totalmente limado, una irlandesa, una australiana y Tommy, el guía y organizador de todo esto. El asado fue fabuloso, carne a toneladas y hasta verduras asadas había… mucho vino de damajuana rebajado 50/50 con Coca Cola para que no pegue tanto y miles de anécdotas y charlas en varios idiomas. Un asco ver comer a ese escocés con la mano… un cavernícola el tipo… pero muy gracioso. Después de 3 horas de almuerzo y una pequeña digestión, salimos a cabalgar entre cerros y vallecitos por la zona de El Challao. Los lugares eran increíbles y no importaban los 40º que hacía. La pasamos genial, pero no hubo nada más placentero ese día para mi cuerpo que bajarse del caballo.
Al otro día, y casi sin descansar, estábamos arriba de otra camioneta yendo hacia Potrerillos a “hacer de todo”. Nos dejaron sobre la ruta 7 en un lugar que denominan “La Quebrada del 66”. Caminamos entre medio de cerros y bordeamos un arroyito hasta llegar a una muy linda cascada. Nos dimos una refrescante ducha natural mientras Marcos, el guía, preparaba todo para hacer rappel desde una pared de 25 metros. Desde abajo todo parecía fácil, pero no, al subir, un poco de miedo nos agarró. Igual nos tiramos sin pensarlo.
Al volver fuimos a hacer rafting al Río Mendoza. Chaleco salvavidas, casco, remo, un par de instrucciones y al agua pato. Es-pec-ta-cu-lar!!! La corriente estaba fuertísima y para colmo nos pusieron delante de todo (lo mejor). Las olas nos pegaban de lleno en la cara. Habremos tragado un litro de agua cada uno. Adrenalina 100×100. Al llegar a la base estábamos fusilados y luego de darnos un renovador chapuzón en la pileta, nos tiramos un buen rato en las reposeras a contemplar el paisaje, tomar unas cervezas y a relajar.
Potrerillos da para quedarse unos días y desconectarse de todo y para disfrutar de la naturaleza y la aventura.
Pasamos otra noche sin tanto descanso e igual decidimos hacer el trekking a Plaza Francia para conocer de cerca la montaña más alta de América: El Aconcagua (6962 mts.). En el hostel nadie daba 2 pesos por nosotros, pero igual salimos sin dudarlo un instante.
Ni bien bajamos de la camioneta ya todos estábamos atontados con ese paisaje imponente. La caminata comenzó, con el guía Darío al frente, en Laguna Los Horcones. Este primer día caminamos unas 3 horas hasta llegar a Confluencia, a 3.300 metros de altura, donde está el campamento. Estábamos cansadísimos, pero la energía que genera caminar en ese valle, entre glaciares y montañas, es inmensa. Casi sin hablar nos miramos todos felices al descubrir que dentro de la carpa donde íbamos a dormir había camas con colchones… genial!!!
La noche cayó enseguida. El frío era impresionante y Diego, el cocinero, nos trajo un caldo de verduras seguido de una milanesa con fritas… no lo podíamos creer… comer así en medio de la montaña!!! Durante la cena ya estábamos todos en confianza… mi hermano Germán tratando de robarle un beso a una alemana… Eduardo, un español recopado, no paraba de hacernos reír… la pasamos muy bien. Encima la noche estaba impecable, ni una nube, y juro que jamás en toda mi vida vi tantas estrellas juntas… casi iluminaban la montaña. Lástima el frío, sino, nos hubiésemos quedado observándolas durante horas.
Nos levantamos bien temprano y emprendimos camino hacia Plaza Francia (4200 mts.). Las 4 horas de caminata en subida, con viento y frío se hicieron notar, pero llegar al pie del Aconcagua lo valía. No nos alcanzaban los ojos para contemplar semejante monstruo. Todo era silencio, solo el sonido del viento se hacía notar. Emprendimos la retirada contentos de haber cumplido el objetivo y de haber estado en un lugar incomparable. En la caminata de regreso nadie dijo ni mu… solo alcanzaban las energías para llegar a la base.
Esa noche, luego de otra suculenta cena, disfrutamos un rato más de esa infinidad de estrellas antes de irnos a dormir. Estábamos exhaustos, excepto Germán, que luego de tanto insistir logró arrebatarle un beso a la alemana.
El último día regresamos caminando otras 3 horas hacia Los Horcones donde nos pasó a buscar la camioneta. Fuimos a conocer el Puente del Inca que quedaba cerca y luego volvimos a Penitentes para almorzar. En el viaje a Mendoza creo que nos dormimos todos sin excepción, ni la pésima música que ponía el chofer podía despertarnos.
Esa misma noche salimos a comer todos juntos por Arístides Villanueva, la calle de onda. Se había armado un grupo muy copado. Durante la cena todos comentábamos lo mismo: la increíble experiencia que habíamos vivido.
Mucha gente nos habló maravillas de San Rafael y de Malargüe, pero decidimos dejarlo para una próxima visita ya que no nos daba el tiempo, y además, esa misma mañana llegaba de Buenos Aires Laura, mi mujer, a pasar unos días con nosotros.
Queríamos hacerla sentir al menos un poco de todo lo que habíamos vivido… así que la llevamos a hacer parapente. Ellos dos estaban entusiasmadísimos y yo muy tranquilo sabiendo que ni loco me tiraba. Los observé desde la pista de aterrizaje y debo reconocer que un poco de envidia me dio. Y más con lo que contaron una vez que bajaron… increíble!!! alucinante!!! guaaauuu!!! Me sentía un tarado, pero me dieron razones para juntar coraje y tirarme la próxima vez.
La despedida de Mendoza no pudo ser de otra manera que con fiesta, asado y vino en el hostel. Laura y yo decidimos hacer algo más tranquilo, pero dejamos un digno representante: Germán, que se encargó no solo de comer y tomar, sino también de seguir correteando a la alemana.