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La Pizza Canchera: porciones son amores

Una receta simple, práctica y sabrosa, puesta donde tenía que estar: cerca de las canchas. Las pasiones sean unidas.

Por Rael – Fotos: Rael y Adri Cuesta

Desde su llegada, acompañando a los inmigrantes napolitanos y genoveses, fue amor a primera mordida. La pasión argentina por la pizza no para de crecer. Tanto que, en la ciudad de Buenos Aires, el número de pizzerías está cerca de duplicar al de parrillas, la nave insignia de la gastronomía nacional. Una pizzería cada 2.200 habitantes, número casi idéntico al promedio de toda Italia.

La pizza tal como la adoptamos es territorio de una mezcla de sabores. Y está llamada a mezclarse con otras pasiones. Así es como esas dos preferencias culinarias se cruzan en la moderna pizza a la parrilla.

Con este panorama, era imposible que no se cruzaran otras dos pasiones argentinas: la pizza y el fútbol. Y ahí está la pizza de cancha (o pizza canchera o de tacho). Y a su origen parece que hay que buscarlo por los alrededores de la cancha de Atlanta, donde Oscar Vianini, allá por 1938, empezó a ir al finalizar los partidos (o antes, según quién te cuente la historia) con un tablón y un par de caballetes, un tacho lleno de pizzas frías, sin queso, sólo salsa de tomate condimentada. Parece que el éxito fue instantáneo. Y su nombre estaba cantado.

Oscar fue el fundador de Angelín, una de las pizzerías más tradicionales de la ciudad que, hasta el día de hoy, ostenta como una medalla en su vidriera la leyenda «creador de la pizza canchera«,  y donde se sigue preparando con aquella receta y con su tamaño original, más grande que el resto de las pizzas.

Y no deja de ser curioso que en un país donde no se concibe una buena pizza que no desborde de mozzarella o queso que chorree y «haga hilitos» (una marca de identidad que la diferencia de la italiana), haya ganado tanta popularidad una versión que sólo lleva salsa de tomate. Pero estamos hablando de pizza de cancha, de pasiones. Esto es como el amor por una camiseta: razones del corazón (o del paladar) que la razón no entiende.

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