Cuando me propusieron volar en globo no pude decir que no.
Llegamos con Ariel, el devenido fotógrafo, al encuentro de Carlos: el comandante del Globo.
Carlos hace la previa y tira frases seductoras para calentar la cosa: “Es el viaje más romántico que existe”, “Me casé en el globo”, “Volar en globo es como la vida, no sabes hacia dónde te va a llevar el viento”.
El comandante nos lleva a un campo para empezar con el operativo despliegue e inflado del globo, que se hace con una especie de mechero lanzallamas lleno de gas. La cabina para los pasajeros es una canastita de ratán en la que entran entre dos o tres personas más el comandante.
Levantamos vuelo y no sabemos hacia dónde iremos. Para eso existe el rescate. Una especie de safari en donde una camioneta nos persigue por tierra y está al tanto de todos los movimientos del globo. Ariel iba en esa camioneta sacando fotos.
El globo no vacila, podría decir que se desliza. Las panorámicas de los lugares que sobrevuela son hermosas. La sombra que se proyecta en los campos y ver al globo espejado cada vez que pasamos por un riacho es único. Volar a pocos metros del piso y sentir cómo las ramitas golpean en la base de la canastita, es lo más parecido que conozco a levitar.
Después de un rato en el aire, el comandante visibiliza una especie de potrero para un aterrizaje perfecto. La despedida fue muy linda. A puro mate y galletitas nos juntamos con la gente del rescate para compartir sensaciones.
¡Los gustos hay que dárselos en vida!